lunes, 23 de julio de 2018

Piconfesiones!. La fallecida cantante Amy Winehouse pudo rehabilitarse en 2005, pero su padre dijo que no le hacía falta.

Picoteando el Espectáculo
«Con la cantidad de heroína, crack, alcohol y cocaína que su hija lleva en las venas, es un milagro que no esté en coma», le dijo el doctor a la madre de Amy Winehouse, el 27 de agosto de 2007. La cantante tenía 23 años y acababa de sufrir su primera sobredosis.

 «Si se repite, morirá», le advirtió el médico. El final ya lo conocemos: el 23 de julio de 2011, hace hoy justo siete años, a las cuatro de la tarde, la Policía encontró el cadáver de la cantante junto a tres botellas de vodka, en su casa de Candem. Los forenses no hallaron esta vez restos de drogas ilegales, pero sí 416 miligramos de alcohol por cada decilitro de sangre en su menudo cuerpo, un nivel que supera con creces el considerado letal.

Pero, ¿sabemos realmente cómo empezó todo? ¿Cómo fue capaz aquella niña nacida en un barrio de las afueras de Londres, de padre taxista y madre farmacéutica, de revolucionar la música soul con 19 años? ¿Qué le llevó a iniciar su vertiginoso descenso a los infiernos? ¿Por qué ni su familia ni sus amigas fueron capaces de impedirlo? A todas estas preguntas respondió en 2015 «Amy», el documental definitivo sobre la autora de «Back To Black» que dirigió Asif Kapadia.

«Todos escuchaban su música, pero nadie conoció a la Amy real. Todo el mundo cree que sí, pero la mayoría ni siquiera sabía que ella escribía las canciones, que tocaba la guitarra o lo divertida, lista y feliz que era al principio. Una persona sana, que tenía amigos y gente que la quería. El problema vino cuando se hizo famosa y se volvió complicada», cuenta Kapadia, en conversación telefónica con ABC, desde Londres. En la primera escena del documental queda constancia de esa Amy luminosa y llena de talento, a través de una grabación casera realizada en 1998 por una amiga. En ella puede verse a una desconocida Amy de 14 años con un cigarro en la mano, sonriente y absolutamente relajada, cantando el «Cumpleaños feliz» como si fuera la misma reencarnación de Dinah Washington o Sarah Vaughan. Eran, a fin de cuentas, dos de sus ídolos juveniles.

No le fue fácil al director que los amigos y familiares de la cantante le dieran todo este material casero, íntimo, inédito y, en muchas ocasiones, desgarrador, que conforma la piedra algular del filme. En algunos casos, cuenta, le llevó más de un año ganarse su confianza y conseguir que hablaran: «La mayor parte del tiempo la pasé conociéndoles, sin cámaras, explicándoles que quería hacer una película honesta o grabándoles sólo con audio.

 Solo al final me cedieron sus grabaciones». El resultado fue más de cien entrevistas con ochenta personas cercanas a Amy y un monton de material sorprendente. Todo el que tuvo relación con la artista, está en la película o ha cedido imágenes. Especialmente, las dos figuras cuya dependencia tenía grabada en su propia piel. Por un lado, su exmarido, Blake Fielder-Civil, cuyo nombre llevaba tatuado sobre su pecho izquierdo y que el documental señala como la persona que introdujo a Amy en el uso autodestructivo de la heroína y en una no menos turbulenta relación amorosa.

Tan duras son las imáganes de ambos absolutamente borrachos, con la cara ensangrantada por sus peleas o fumando crack, como tiernas lo son en su luna de miel a bordo de una embarcación. Y por otro, a su padre, Mitch Winehouse («La niña de papá», puede leerse en su hombro izquierdo), el hombre que abandonó a la familia cuando la cantante tenía nueve años, y cuya ausencia la artista reconoce como dolorosa en el documental, al que se retrata como uno de los responsables de que su hija no saliera del infierno de las drogas: «La oportunidad perdida para que se rehabilitara fue en 2005. Aun no le seguían los paparazzi, pero su padre dijo que no le hacía falta y ella se echó atrás al ir a ver la clínica», puede escucharse en una de las entrevistas. Algo que ella misma inmortalizóa los 22 años en su exito mundial, «Rehab». «No tengo tiempo de ir, y si papá dice que estoy bien», cantaba.

«Hubo muchas oportunidades en las que se pudieron haber hecho las cosas de otra manera. Pero no sé si hay alguien que pueda decir que hubo para ella una última oportunidad, porque esto es la vida real, es mucho más complicado», confiesa Kapadia.

Cuando se estrenó en Gran Bretaña a principios de julio de 2015, el documental desató una suerte de psicoanálisis colectivo, un debate sobre la culpa de haber permitido o contemplado con morbo la inmolacción narrada en directo por los medios, de una joven vulnerable que no soportó el éxito. «He pensado mucho si a Amy le habría gustado el documental. Al principio mis amigos dijeron que no, pero yo creo que le habría encantado», asegura el director.
Fuente ABC

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