Según un estudio publicado el año pasado por la investigadora Terrie Moffitt en la revista Nature Human Behavior, más del 90 % de los adolescentes comete actos ilegales, comenzando la edad del crimen entre los 8 y 14 años, y alcanzando su cumbre entre los 15 y 19.
Desde el punto de vista psicológico, esto tiene una explicación. En opinión de la psicóloga clínica infantojuvenil Sarah Martínez, de Terapia Boutique, la adolescencia es un proceso de trasformación a nivel cerebral que les provee nuevas habilidades, donde empiezan a descubrirse, a reconocer sus emociones y a actuar por impulso. “Todo este potencial biológico inconcluso, junto a los factores externos, hacen que esta etapa sea muy riesgosa”.
El hecho de que un joven cometa un acto vandálico es multicausal. Así como tiene que ver con la educación, el estilo de crianza y la edad, también puede deberse a una personalidad problemática, ira, agresividad, haber sido víctima de maltrato o abandono. A esto la experta agrega que hay causas comunes, pero con motivaciones distintas. “Hay algunos que actúan porque les da placer y otros solo por seguir al grupo”, señala.
Estar atentos a las señales
La falta de empatía, no mostrar remordimiento, actuar por impulso, tener un trastorno psicológico no tratado o un problema evidente de la personalidad que lo haga tornarse agresivo o desafiante, son algunas de las señales que, según Martínez, advierten que un niño o joven es capaz de cometer un delito.
Ante estos signos de alerta, el primer paso para evitar una futura conducta criminal es prestar atención a la carencia de ese niño o joven, ya que detrás de una conducta inapropiada se esconde una necesidad. “Cuando percibimos algunas de estas señales debemos educarlos en torno a ellas, tratar de sensibilizarlos y ver cuál es la necesidad que hay detrás de esta conducta, sea propia o alguna situación del entorno que les esté afectando”, señala, enfatizando en que cuando es un comportamiento que afecta la cotidianidad y que es difícil de controlar, se debe recurrir a un especialista en conducta humana para realizar el seguimiento que corresponde.
Sin embargo, no solo basta con los psicólogos. “Definitivamente la ayuda psicológica es solo una parte. Los padres y la escuela deben estar involucrados en el seguimiento que se les dé a los menores”.
El tratamiento de estos casos, dice Martínez, se inicia con una evaluación de manera individual mediante una entrevista, evaluaciones psicométricas (para descartar cualquier trastorno de base), así como ser visto por un neurólogo, para identificar qué motivó al niño o adolescente a cometer el hecho. Luego de esto, se indican terapias, por lo general cognitivas conductuales, que pueden incluir terapia familiar e individual. “Dentro de este seguimiento también se pueden dar otras terapias alternativas según lo amerite”, concluye.
CASO RECIENTE
Niños que profanaron la tumba. Aunque como profesional la psicóloga Roxana González dice que no se debe hablar de estos niños sin haberlos evaluado, de manera general, por lo que se visualiza en el video, se puede llegar a la conclusión de que se trata de un pase psicológico.
Trabajo en equipo. Agrega que en casos como este, además de ser vistos por un psicólogo clínico infantil, la escuela también debe involucrarse en el tratamiento.
Fuente Laura Ortiz Guichardo-listin diario
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