Picoteando el Espectáculo
Estamos en un tiempo donde las redes sociales se han convertido en esa guillotina pública del pasado —sin utilizar cuchillas, pero con el mismo filo y el mismo fin: cortar de raíz la paz , reputaciones, sueños y trayectorias. Lo que antes era una ejecución física, hoy se comete de forma digital con un “me gusta”, un retuit o un video viral; una herramienta de juicio colectivo donde el veredicto es rápido y el perdón, casi imposible.
En la República Dominicana los ejemplos abundan: políticos que casi renunciaron, funcionarios que han estado en la cuerda floja , periodistas que dejaron micrófonos, influencers que han visto tambalearse su imperio digital. Todos —sin excepción— fueron víctimas de tribunales digitales donde la “justicia” no requería pruebas, solo la fuerza de la corriente.Lo grave es que pocos se salvan. No hay inmunidad ante la multitud opinadora:
Un rumor basta para acusar.
Un fragmento de video manipulado basta para condenar.
Una campaña de “cancelación” basta para cerrar puertas.
Y mientras las redes celebran cada “ejecución”, los condenados enfrentan una penalización peor que un simple escarnio: su vida profesional muere, y muchas veces su paz personal desaparece.
Pero la responsabilidad no es solo de quienes difunden, sino de quienes consumen. Nosotros, con un clic, somos verdugos. Con un “compartir”, damos aval. Con un “me gusta”, sellamos sentencias.
La red social —esa nueva plaza pública— exige condena instantánea. Pero sin debate, sin evidencia, sin misericordia.
Es urgente frenar esta dinámica. Necesitamos un cambio de mentalidad colectiva, una apelación a la seriedad, a la reflexión, al respeto. Algunos pasos que pueden marcar la diferencia:
Pensar antes de compartir. ¿Estoy seguro de lo que difundo? ¿Lo verifiqué?
Recordar que detrás de cada pantalla hay una persona: con sueños, errores, dignidad.
Exigir fuentes confiables, contrastar versiones, evitar indignaciones masivas que luego se demuestran falsas.
Promover una cultura de perdón, de oportunidad para rectificar; evitar que un error defina el resto de una vida.
Si antes una guillotina marcaba un final, hoy esa guillotina digital marca el final de una reputación, de una carrera, de una confianza. Y eso, querido lector, es mucho más tenebroso.
No dejemos que la furia colectiva borre la humanidad. No dejemos que un clic —un simple gesto digital— se convierta en sentencia irreversible.
Hoy más que nunca, la justicia debe volver al razonamiento; el debate al respeto; el perdón a la esperanza. Si no, corremos el riesgo de convertir nuestras redes en cementerios de reputaciones.
Y nuestra sociedad —la República Dominicana— no merece ese destino.
Fuente Angel Puello

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