Por Juan Cruz-El País
Picoteando el Espectáculo
En Algo personal (Temas de Hoy, 2008), un volumen de cerca de seiscientas páginas, Joan Manuel Serrat (Barcelona, 76 años) expone su corazón y sus canciones. La lectura de esos textos, que mezclan con la prosa una vida que huye del invierno y va hacia el sol y hacia las pequeñas cosas, permite ahora el retrato de un ser humano cuyo espíritu le permitió rehacer, en épocas distintas, la canción en la que una vez contó cómo se sentía a los veinte años. Ahora, cuando está a tres años de cumplir cuatro veces aquellos años más juveniles de su autobiografía, Serrat no intentaría una versión glosando aquel acontecimiento, pero en la conversación y en el escenario sí es posible escucharle repetir por qué hoy, ahora mismo, también podría ser un gran día. Esta temporada de infierno por la que aún pasa el mundo no lo ha llevado a componer, se ha dedicado más bien a escuchar con qué felicidad han cantado los pájaros en los jardines cercanos a la casa de su confinamiento. Desde esa casa mantuvo por teléfono esta conversación con EL PAÍS.
En Algo personal están su autobiografía y sus canciones, así que puede verse hoy que no sólo ha contado lo que le iba por dentro, el amor, los sentimientos, sino que se ha pasado la vida mirando la calle, fijándose en las personas…
Yo también lo creo así, pero, como hay que esquematizar, está todo mucho más mezclado, hay canciones de amor, paisajes, canción social. En general acabas contando lo que te ocurre, porque ese es tu único argumentario.
Habla del ciclo de la vida, del sol, del frío, de las estaciones, del hielo... ¿Qué tiempo es el que ha visto en este periodo tan extraño?
Como el de todos, mi mundo está muy conectado. La televisión, la radio, la prensa, las redes, Internet… El mundo globalizado se ha ocupado de comentar lo que ha ido pasando. Yo lo he visto como un tiempo de confinamiento. Mi pequeño mundo ha sido mi universo. Tengo una casa con árboles y aire libre, podía salir a ese espacio verde y desde ahí ver la colmena de mi ciudad. Pensaba en la dificultad que este tiempo, añadida para las personas que viven con hijos en casas pequeñas, en las que debían aguantar muchas presiones. Desde ahí he visto pasar el tiempo, cómo se acababa el invierno e iba apareciendo la primavera. Los almendros y los árboles mostraban la nueva vida, indiferente a todo lo que ocurría. Sobre todo, he ido manteniendo una comunicación con los pájaros que, con este encarcelamiento de la especie humana, han estado mucho más libres, menos amenazados, muy tranquilos en su libertad. Y he visto aparecer pájaros que hacía mucho que no veía por mi casa, jilgueros, un colibrí. Las palomas, las torcaces, las urracas, están por aquí normalmente, pero otros han aparecido ahora. Imagino que sin la presión humana han tenido otros espacios. Me lo he pasado muy bien viéndolos y escuchándolos.
Quizá se ha dado cuenta de que si esto algún día se va al carajo en efecto se quedarán los pájaros cantando.
R. Seguramente estarán mejor que ahora. Hoy en día ponen muchos menos huevos por anidada y son menos aún los que acaban en crías por la presión humana, tanto en la ciudad como en el campo... Este tiempo lo he pasado sin la obligación de utilizarlo para algo “provechoso”. No he tenido un gran interés o presión por escribir o componer, porque no sabía muy bien a qué argumentario remitirme. Vivía ante una gran desinformación sobre las razones que nos estaban llevando a todo esto, supongo que igual a la que han tenido los científicos para aclarar cosas más allá del reconocimiento de un virus, o como los políticos para tirar hacia adelante, o los pobres sanitarios para pelear desde una situación de mayor igualdad. Como ciudadano yo tenía una desorientación semejante.
¿Ha tenido interés por el debate político producido o ha desconectado?
R. Ha sido imposible desconectarse. A veces las voces eran tan agrias y estruendosas que ni cerrando las puertas podías evitarlo. Lo que ha ocurrido aquí y fuera es bastante penoso, y es cuando la sociedad ha estado más necesitada de orientación, de fuerza, de seguridad, de confianza. Al contrario, se nos ha proporcionado total desconfianza y desorientación, se ha buscado un aprovechamiento mezquino muy a corto plazo y muy pequeñito. Agradezco a los que no lo han activado en este sentido por su responsable comportamiento; de los otros diré que no esperaba otra cosa de ellos. Ha sido penoso.
En esa autobiografía suya hay muchas referencias al frío: “Cuando era niño hacía frío y el mundo era triste”. La pandemia nació con el frío. ¿Tuvo otra vez miedo al frío?
Soy un profundo defensor del sol, del verano y del buen tiempo por encima de cualquier otro momento. A mí nunca me ha gustado el frío, me recuerda a los pantalones cortos y al viento entrando por las perneras, al tiempo de los sabañones, algo ya perdido en la memoria. Con respecto a su pregunta, creo que siempre tenemos miedo a lo desconocido, nos aterra lo que ignoramos y más que miedo al frío yo le tenía miedo al miedo, un miedo provocado por la ignorancia y contra el que personalmente me habría gustado aventar a mi alrededor para afrontarlo con valor. Asomarse a los balcones fue un acto de alegría, de la solidaridad de la gente que siempre sale. Me parece que ha sido muy importante plantarle cara a esta historia.
¿Qué es lo más noble que ha visto en este tiempo tan duro?
¡Uy! Sería igual de difícil que decir qué ha sido lo más terrible. He visto el comportamiento desprendido y generoso de cantidad de seres humanos que han puesto en riesgo su seguridad personal para que otros pudieran tener posibilidad de poder superar esto. No solo me refiero a médicos, enfermeras, mujeres de la limpieza, sino a toda a esa gente humilde o sencilla que han sido los que daban todo lo que tenían por los demás. Esto ha sido lo mejor que nos está dejando esta pandemia. Probablemente lo peor sea la poca capacidad que tenemos de aprender de este ejemplo de generosidad. No deberíamos caer con tanta facilidad en la desmemoria y el olvido. Sé perfectamente las ganas que todos tenemos de superar esta época, es más, de que desapareciera, que fuera un mal sueño, una pesadilla que acabara al despertar y abrir los ojos, pero no estoy seguro de sea así. Más bien pienso que esto es una historia que habrá que mantener a raya durante mucho tiempo. Esperemos el milagro de la vacuna, el milagro del despertar. Mientras esto no ocurra, hay que activar la memoria y trabajar para que, si volviera a ocurrir una situación como la de marzo, tengamos los medios para poder enfrentarlo, que la sanidad haya mejorado para estar a nivel de los sanitarios, que la ciencia haya podido avanzar para estar a nivel de los científicos que están trabajando, que las cosas estén a nivel para poder enfrentarla. Y sobre todo, que los que no somos científicos ni sanitarios nos comportemos lo suficientemente bien como para no darles más trabajo a todos ellos.
Mirando el presente y el pasado no tan remoto sí vemos cosas envejecidas por la pandemia. Por ejemplo, conflictos como el catalán...
Los conflictos o se arreglan o se larvan. Todo lo que no esté arreglado está larvado.
Picoteando el Espectáculo
En Algo personal (Temas de Hoy, 2008), un volumen de cerca de seiscientas páginas, Joan Manuel Serrat (Barcelona, 76 años) expone su corazón y sus canciones. La lectura de esos textos, que mezclan con la prosa una vida que huye del invierno y va hacia el sol y hacia las pequeñas cosas, permite ahora el retrato de un ser humano cuyo espíritu le permitió rehacer, en épocas distintas, la canción en la que una vez contó cómo se sentía a los veinte años. Ahora, cuando está a tres años de cumplir cuatro veces aquellos años más juveniles de su autobiografía, Serrat no intentaría una versión glosando aquel acontecimiento, pero en la conversación y en el escenario sí es posible escucharle repetir por qué hoy, ahora mismo, también podría ser un gran día. Esta temporada de infierno por la que aún pasa el mundo no lo ha llevado a componer, se ha dedicado más bien a escuchar con qué felicidad han cantado los pájaros en los jardines cercanos a la casa de su confinamiento. Desde esa casa mantuvo por teléfono esta conversación con EL PAÍS.
En Algo personal están su autobiografía y sus canciones, así que puede verse hoy que no sólo ha contado lo que le iba por dentro, el amor, los sentimientos, sino que se ha pasado la vida mirando la calle, fijándose en las personas…
Yo también lo creo así, pero, como hay que esquematizar, está todo mucho más mezclado, hay canciones de amor, paisajes, canción social. En general acabas contando lo que te ocurre, porque ese es tu único argumentario.
Habla del ciclo de la vida, del sol, del frío, de las estaciones, del hielo... ¿Qué tiempo es el que ha visto en este periodo tan extraño?
Como el de todos, mi mundo está muy conectado. La televisión, la radio, la prensa, las redes, Internet… El mundo globalizado se ha ocupado de comentar lo que ha ido pasando. Yo lo he visto como un tiempo de confinamiento. Mi pequeño mundo ha sido mi universo. Tengo una casa con árboles y aire libre, podía salir a ese espacio verde y desde ahí ver la colmena de mi ciudad. Pensaba en la dificultad que este tiempo, añadida para las personas que viven con hijos en casas pequeñas, en las que debían aguantar muchas presiones. Desde ahí he visto pasar el tiempo, cómo se acababa el invierno e iba apareciendo la primavera. Los almendros y los árboles mostraban la nueva vida, indiferente a todo lo que ocurría. Sobre todo, he ido manteniendo una comunicación con los pájaros que, con este encarcelamiento de la especie humana, han estado mucho más libres, menos amenazados, muy tranquilos en su libertad. Y he visto aparecer pájaros que hacía mucho que no veía por mi casa, jilgueros, un colibrí. Las palomas, las torcaces, las urracas, están por aquí normalmente, pero otros han aparecido ahora. Imagino que sin la presión humana han tenido otros espacios. Me lo he pasado muy bien viéndolos y escuchándolos.
Quizá se ha dado cuenta de que si esto algún día se va al carajo en efecto se quedarán los pájaros cantando.
R. Seguramente estarán mejor que ahora. Hoy en día ponen muchos menos huevos por anidada y son menos aún los que acaban en crías por la presión humana, tanto en la ciudad como en el campo... Este tiempo lo he pasado sin la obligación de utilizarlo para algo “provechoso”. No he tenido un gran interés o presión por escribir o componer, porque no sabía muy bien a qué argumentario remitirme. Vivía ante una gran desinformación sobre las razones que nos estaban llevando a todo esto, supongo que igual a la que han tenido los científicos para aclarar cosas más allá del reconocimiento de un virus, o como los políticos para tirar hacia adelante, o los pobres sanitarios para pelear desde una situación de mayor igualdad. Como ciudadano yo tenía una desorientación semejante.
¿Ha tenido interés por el debate político producido o ha desconectado?
R. Ha sido imposible desconectarse. A veces las voces eran tan agrias y estruendosas que ni cerrando las puertas podías evitarlo. Lo que ha ocurrido aquí y fuera es bastante penoso, y es cuando la sociedad ha estado más necesitada de orientación, de fuerza, de seguridad, de confianza. Al contrario, se nos ha proporcionado total desconfianza y desorientación, se ha buscado un aprovechamiento mezquino muy a corto plazo y muy pequeñito. Agradezco a los que no lo han activado en este sentido por su responsable comportamiento; de los otros diré que no esperaba otra cosa de ellos. Ha sido penoso.
En esa autobiografía suya hay muchas referencias al frío: “Cuando era niño hacía frío y el mundo era triste”. La pandemia nació con el frío. ¿Tuvo otra vez miedo al frío?
Soy un profundo defensor del sol, del verano y del buen tiempo por encima de cualquier otro momento. A mí nunca me ha gustado el frío, me recuerda a los pantalones cortos y al viento entrando por las perneras, al tiempo de los sabañones, algo ya perdido en la memoria. Con respecto a su pregunta, creo que siempre tenemos miedo a lo desconocido, nos aterra lo que ignoramos y más que miedo al frío yo le tenía miedo al miedo, un miedo provocado por la ignorancia y contra el que personalmente me habría gustado aventar a mi alrededor para afrontarlo con valor. Asomarse a los balcones fue un acto de alegría, de la solidaridad de la gente que siempre sale. Me parece que ha sido muy importante plantarle cara a esta historia.
¿Qué es lo más noble que ha visto en este tiempo tan duro?
¡Uy! Sería igual de difícil que decir qué ha sido lo más terrible. He visto el comportamiento desprendido y generoso de cantidad de seres humanos que han puesto en riesgo su seguridad personal para que otros pudieran tener posibilidad de poder superar esto. No solo me refiero a médicos, enfermeras, mujeres de la limpieza, sino a toda a esa gente humilde o sencilla que han sido los que daban todo lo que tenían por los demás. Esto ha sido lo mejor que nos está dejando esta pandemia. Probablemente lo peor sea la poca capacidad que tenemos de aprender de este ejemplo de generosidad. No deberíamos caer con tanta facilidad en la desmemoria y el olvido. Sé perfectamente las ganas que todos tenemos de superar esta época, es más, de que desapareciera, que fuera un mal sueño, una pesadilla que acabara al despertar y abrir los ojos, pero no estoy seguro de sea así. Más bien pienso que esto es una historia que habrá que mantener a raya durante mucho tiempo. Esperemos el milagro de la vacuna, el milagro del despertar. Mientras esto no ocurra, hay que activar la memoria y trabajar para que, si volviera a ocurrir una situación como la de marzo, tengamos los medios para poder enfrentarlo, que la sanidad haya mejorado para estar a nivel de los sanitarios, que la ciencia haya podido avanzar para estar a nivel de los científicos que están trabajando, que las cosas estén a nivel para poder enfrentarla. Y sobre todo, que los que no somos científicos ni sanitarios nos comportemos lo suficientemente bien como para no darles más trabajo a todos ellos.
Mirando el presente y el pasado no tan remoto sí vemos cosas envejecidas por la pandemia. Por ejemplo, conflictos como el catalán...
Los conflictos o se arreglan o se larvan. Todo lo que no esté arreglado está larvado.
Fuente listin diario
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