Cuando la vida te regala oportunidades para renovar tu ser, tomas de nuevo ese aire para respirar más profundo, ese impulso para llegar más lejos, esa dicha de ver los colores más vivos, ese gusto para saborear cada bocado y sentir la sutileza de los olores que te transportan en el tiempo.
Los hijos que en orden de nacimiento llegan de últimos “lo agarran a uno cansado”, pero lleno de más sabiduría y experiencia. Los más pequeños siempre nos cogen en una época en la cual apreciamos todo de mejor forma; ellos, con su practicidad y dinamismo, lo hacen todo más fácil y bello. Se vuelven un soporte invaluable para toda la familia, nos llenan de esplendor y luz. Todo lo que tocan lo cargan de alegría y lo pintan con los más nobles sentimientos.
Y si este amor hacia los hijos es único, ¡qué decir sobre lo que despiertan los nietos!
El amor hacia los nietos y de los nietos a sus abuelitos es incomparable, permanece en correspondencia infinita. Hasta los detalles más pequeños son altamente significativos.
Por ejemplo, les confieso que casi nunca salgo de mi casa porque no me gusta, lo hago sólo cuando debo cumplir con algún trámite, por lo general antes de un viaje internacional, o si tengo que asistir a un almuerzo o a una reunión ejecutiva. Sin embargo, cuando voy al cine o a comerme un helado de fresa con mis nietos, todo cambia. Dígame si ellos me visitan. ¡Madre mía, qué felicidad! En ese momento me vuelvo un payaso, paso de tener mi edad a tener entre cuatro y once. Allí me ablando, me vuelvo como de gelatina. Con ellos la bulla y el corre corre en mi casa, donde rompen todo, tocan instrumentos musicales, brincan y me agarran y se ríen, se convierten en mi cielo más hermoso. Siempre que los veo me quedo contemplándolos como si estuviera sedado, ellos cambian mis paradigmas y mi comportamiento.
¡Qué poder tienen los nietos!
He visto abuelos peinando nietas cuando a sus propias hijas ni siquiera las cargaron mientras eran bebés. He visto a otros tirarse en el suelo y servir de pista de carritos cuando muy pocas veces jugaron con sus hijos.
¿Por qué será que estos seres, los nietos, tienen la capacidad de volver mágico, fabuloso y fascinante cada momento que compartes con ellos? ¡Todo es una aventura!
El esplendor de sus sonrisas nace de forma espontánea, sus carcajadas son limpias, puras, ingenuas y genuinas; son capaces de despertar sentimientos que invaden todo nuestro ser. Cada expresión que nos regalan es un destello de alegría. Nos refrescan el espíritu con su entusiasmo, energía y vitalidad desbordante. En mi caso, puedo decir que recargan mis baterías en fracciones de segundo. Es un dar sin límite. ¡Qué bonito!
Este acto de enamoramiento constante, esta fascinación que nos hace ser alcahuetas de sus travesuras y todas sus ocurrencias, esta extraña forma de complacencia sin miramientos, extraña pero común entre la mayoría de los abuelos, merece unas líneas cargadas de honestidad y el mejor de los cariños.
El magnífico poeta venezolano Andrés Eloy Blanco escribió en uno de sus poemas más bellos y famosos, titulado “Los hijos infinitos”, que “Cuando se tiene un hijo, se tiene el mundo adentro / y el corazón afuera. / Y cuando se tienen dos hijos / se tienen todos los hijos de la Tierra”.
Imagínense lo que ocurre —o al menos lo que siento yo— cuando se tiene un nieto, cuando se tienen dos nietos, tres nietos, todos los nietos del mundo.
Ver los gestos de los nietos desde nuestra perspectiva de abuelos, comprender su humor y admirar su físico y sus expresiones mientras van creciendo, como una réplica o una mejorada representación de nuestros hijos, ensancha el corazón de orgullo y llena nuestra alma de la felicidad más pura. No sé si exista algo más beneficioso y más potente que esto.
Entre abuelos y nietos se tejen vínculos intangibles tan sólidos y fuertes como el más robusto y frondoso de los robles, con ellos se genera una conexión inexplicable que se nutre a través de un ombligo invisible que se estira hasta el final del universo: es una unión inquebrantable que trasciende de generación en generación. Ese es su súper poder.
Fuente Cronicas de Wilfrido-diario libre
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