Por Coloquios de EL DÍA
Pero solo el amor y la crianza en valores que recibió de sus padres lo hicieron transformar todas esas vicisitudes en fuente de humor, para convertirse hoy en uno de los humoristas más importantes que tiene la República Dominicana.
Valorado como una persona digna de imitar, por haber progresado haciendo las cosas bien sin perderse en el camino, Pozo habla en Coloquios de EL DÍA de cómo lavó carros, rebuscó en los basureros, vendía maní, manejaba un triciclo, se vestía con la ropa que dejaban sus hermanos, fue sastre e hizo todo lo que dignamente se puede hacer para llevarse un plato de comida a la boca.
Sus padres, Pedro y Cristina (fallecidos), se esmeraron por dar a sus diez hijos todo lo que humanamente podían dar, en un momento en que la pobreza los arropaba.
“Mis padres quisieron darnos todo, pero éramos demasiado. Recuerdo que para inscribirnos en la escuela ellos lo hacían por etapas; a mí me tocó entrar en la tercera, ya grande”, cuenta Raymond, quien relata con orgullo las precariedades que debió superar sin desviarse en sus valores.
Un recuerdo que le humedece los ojos es el día que se paró a esperar la basura que traía el río con la esperanza de encontrar unos zapatos, pero el río solo trajo uno y a Pozo no le quedó más remedio que arropar su otro pie y decir que se lo había lastimado, para esconder la falta del otro calzado.
El artista le da gracias a Dios por haber encontrado en su camino a Miguel Céspedes, un hombre que supo llevarlo a su casa y darle de su ropa para que se presentara en los programas de televisión.
Ya más holgado y sin tener que dormir como “espaguetis”, como lo hacía con sus nueve hermanos en su niñez, Pozo dice con orgullo que se ha dedicado a darles una buena educación a sus tres hijos.
Dos camas para todos
“Teníamos dos cama, una para mamá y papá y otra para los diez muchachos, ahí todos soñábamos lo mismo y no había espacio ni para saber cuál de todos era que el se hacia pipí en la cama”, cuenta.
Se convirtió en sastre, logró tener un taller con varios empleados, pero la llegada de la moda del jean hizo que esta profesión cayera, y tuvo que ir donde René Fiallo, para pedir trabajo de lava carros.
Pero en el trabajo, Raymond Pozo agarraba su horario de comida para irse como publico a Caribe Show.
Con la idea fija de superarse y darles los mejor a los hijos que tendría (hoy tres), Pozo buscó una manera de progresar y en 1989 habló con Fiallo para que le diera la oportunidad de participar en un festival humorístico que este organizaba.
Allí empató con el segundo lugar y así siguió buscando una forma de cómo zafársele a la pobreza.
De público pasó a ser parte de esos programas.
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