Picoteando el Espectáculo
Chucho Valdés conoció a Gonzalo Rubalcaba cuando este tenía solo 11 años. El niño acudió con su padre, el gran compositor director de la Charanga Típica Nacional, a uno de los primeros conciertos de Irakere en 1972. «Cuando me acerqué a saludar a Guillermo, señaló a su hijo y me dijo: “Este toca muy bien la batería, pero me parece que como pianista va a ser mucho mejor”». Chucho tuvo que esperar una década para comprobarlo, en un festival en Varadero donde el pequeño actuaba con su primera banda, Proyecto. «Tenía apenas 20 años, pero me electrizó. Era un fuera de serie. Me impresionó su fantástica formación técnica y su enorme capacidad para improvisar. Fue como ver una especie de retrato de mí mismo años atrás», recuerda.
Tres años después, fue Dizzy Gillespie quien se fijó en el joven pianista durante otro concierto en La Habana, de donde salió una colaboración que acabó convirtiéndose en un álbum entre ambos («Gillespie en vivo con Gonzalo Rubalcaba», 1986). Antes de que acabara la década fue invitado por el histórico contrabajista Charlie Haden y el batería Paul Motian, lo que le ayudó a consolidar su carrera internacional como solista antes de cumplir los 25.
Tiempo atrás, pero con una edad parecida, Valdés ya había sido nombrado uno de los cinco mejores pianistas de jazz del mundo, junto a nada menos que Bill Evans, Oscar Peterson, Herbie Hancock y Chick Corea. «Ese reconocimiento me llegó en 1970, tras mi actuación en el Festival Jamboree de Varsovia. Me invitaron porque alguien envió una grabación mía a Los Ángeles sin que yo me enterase, donde fue evaluada por un jurado que estaba presidido por el mismísimo Duke Ellington. Me convertí en el primer cubano que participó en un festival en el extranjero. Estaba aterrado. Dave Brubeck me dijo que le había impresionado el experimento con el folclore afrocubano de las misas negras que había hecho. “Sigue ese camino, nunca lo abandones”, insistió, y me puse a llorar como un niño».
El pianista siguió al frente de Irakere —el grupo que su padre, Bebo Valdés, calificó desde el exilio y por carta como «lo más grande que había escuchado jamás en Cuba»—, por esa revolucionaria y novedosa mezcla de jazz, rock y música tradicional. «Nosotros realmente no sabíamos lo que hacíamos, pero recibimos muchas críticas de las generaciones anteriores, que decían que estábamos traicionando y transformando la música cubana... ¡Y, bueno, era verdad! Aunque yo creo que más bien la estábamos enriqueciendo», comenta entre risas el pianista de 76 años, sobre aquella época rebelde en la que su padre ya no estaba con él. Había abandonado Cuba y a su familia para irse a Suecia, donde se casó de nuevo y tuvo otros hijos.
«Me dijo que se iba a México a dar unos conciertos que tenía contratados y que, en su ausencia, me ocupara de la familia hasta que regresara... pero nunca volvió. Sentí un vacío enorme y tuve que responsabilizarme de todos con apenas 19 años. Sin embargo, que mi padre huyera de Cuba me ayudó a desarrollarme rápidamente como pianista independiente para ocuparme de todo», explica sobre aquella «dolorosa» separación, que terminó unos años antes de la muerte de Bebo, llegando a grabar un disco juntos: «Juntos para siempre», producido por Fernando Trueba en 2008. «Yo absorbí mucho de él —añade—. Me ponía a tocar con la mano izquierda para aprender a hacer los bajos, mientras él hacía los tumbaos con la derecha. Después cambiaba de posición y el hacía los bajos con su mano izquierda y yo los tumbaos con la derecha. Y después se levantaba y me decía: "Ahora tú solo". Así me enseñó las ritmos cubanas y, después, los afrocubanos. Y recuerdo que con 13 o 14 años me repetía: "Busca a Chucho, busca a Chucho… búscate". El mayor premio que he tenido es que él se sintiera orgulloso de mi música».
Ahora, 46 años después de su primer encuentro y tras haber obtenido entre ambos 11 premios Grammy, Chucho Valdés y Gonzalo Rubalcaba cruzan sus caminos en «Trance», la alianza en directo de dos de los más grandes pianistas de la historia de Cuba: «Ambos somos hijos de grandes músicos, nos conocemos desde jóvenes y tenemos las mismas raíces. Si quisiéramos, solo tendríamos que hablar unos minutos para salir a tocar sin ensayar».
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