Por Orlando Holguin
Al teléfono, el operador de la compañía del taxi le preguntó si deseaba una unidad confortable. Estaba corta de dinero, pero luego de la inversión realizada no iba a tirar por la borda aquellas largas horas en el salón de Anita. Fueron 180 minutos interminables para salir de allí con su agreste pelo domado. Aceptó que le enviaran una unidad con aire acondicionado, aunque para ello tuviera que arrancarle el último peso a doña Roma, su madre.
Subió al taxi y entre “tapones”, bocinazos y el radio del taxista que no callaba, iba pensando cómo sería aquella entrevista, cómo entrevistaban en un canal de televisión y sobre todo, quién la entrevistaría.
Se había graduado como licenciada en Comunicación. No se decidía a tocar puertas, pero un día, azuzada por su amiga Waleska, tomó la decisión y allí iba, entre nerviosa y confiada.
Al verla acercarse al automóvil, el conductor del mismo le echó una mirada y en ella se leía que estaba ante una mujer hermosa. Morena, alta, de ojos muy negros. Tenía una figura que, si bien es cierto no era la de una escultural ninfa, ni la de una hermosa princesa extraída de Las mil y una noches, poseía un cuerpo que más de una envidiaría.
Al llegar, esperó unos minutos que se hicieron interminables, hasta que la recepcionista, con voz trémula, la invitó a pasar.
Era una oficina amplia, cuidadosamente decorada. Sobre el escritorio, una gran cantidad de revistas, a la derecha, una llamativa nevera ejecutiva. En la pared que daba al frente del escritorio una gran pantalla de televisión encendida pero en mute. Sentado allí estaba él. Miraba una revista y al verla entrar la soltó y se concentró en la hermosa morena.
Ella no sabía lo que era el mundo de la televisión, el mundillo de los medios, pues las universidades del patio, por más cátedras que contengan sus programas, no lo enseñan tal cual es. Esperaba que las preguntas fueran aquellas que se le hacen a una persona cuando va en busca de un empleo. Lo primero que notó fue que el ejecutivo no tenía su currículo sobre la mesa.
Él le mostró una gran sonrisa, pero de lobo y de inmediato vinieron dos preguntas casi simultáneas: ¿Cómo te llamas? ¿Qué está dispuesta a hacer?
Ella dejó caer su nombre, sin sonreír, sin mostrar en su rostro un ápice de coquetería.
Para responder la segunda pregunta, fue aún menos expresiva. “Estoy dispuesta a trabajar y puedo empezar en cualquier puesto”, dijo.
No era esa la respuesta que esperaba Tony. Creía que iba a recibir la que tantas veces le habían dado muchachas mucho más hermosa que la que tenía en frente. Sí, deseaba escuchar un: “Estoy dispuesta a hacer lo que sea”. Fue a partir de ahí que a muchos detalles él le puso atención.
Ella no cruzaba las piernas de manera un tanto descuidada. No llevaba un escote pronunciado, y mucho menos un vestido apretado y sexy, o una falda muy sugestiva, no sonreía a cada momento, se mantenía a una distancia prudente, no se había puesto de pie con cualquier excusa, y así mostrar su figura en diferentes ángulos.
El miró hacia la nevera y le preguntó si deseaba tomar algo. Ella le respondió secamente que no.
Tony, experto en estos menesteres, exitoso siempre en este proceso de reclutar chicas, muchas de las cuales al final no comunicaban nada o se quedaban en el camino, se percató de que la entrevista no iba por el rumbo que él deseaba. Levantó su teléfono y con voz seca dijo: “Te voy a enviar a la candidata. ¿Tienes su currículo?”
Ella entró a un de salón de conferencia. Allí la esperaba una mujer de unos 40 y tantos años. La miró de arriba hasta abajo y le invitó a sentarse mientras hojeaba su currículo y lo dejaba luego a un lado para iniciar una sarta de preguntas. ¿No te has hecho una liposucción? ¿No te has hecho las nalgas? ¿No usas pestañas postizas? ¿Por qué no llevas uñas acrílicas? ¿Te hiciste un trabajo especial para no mostrar tanto las encías y mejorar tu sonrisa? ¿Te has hecho las tetas? ¿Te has sacado cuatro costillas? ¿Te hiciste la nariz? ¿No te dio el médico el tabique como trofeo? ¿Te inyectas botox? ¿Sabes lo que es el colágeno? ¿No te gustaría tener una boca más carnosa? ¿Nunca te pones extensiones de pelo, cuántas tienes? ¿Te pondrías de rubia? ¿Estás dispuesta a viajar? ¿Has estado en un yate? ¿Quieres trabajar, o quieres echar hacia adelante en este canal? ¿Tienes novio? ¿Estarías dispuesta a dejarlo? ¿Qué piensas casarte? ¿No vienes recomendada por un empresario, por un militar, político, o por un “tío” tuyo o “padrino?”
Bien. Analizando todas tus respuestas quiero serte franca. Tengo veinticinco años en los medios y quince de ellos en este canal. Es difícil que te contratemos.
Ella no sabía lo que era el mundo de la televisión, el mundillo de los medios, pues las universidades del patio, por más cátedras que contengan sus programas, no lo enseñan tal cual es. Esperaba que las preguntas fueran aquellas que se le hacen a una persona cuando va en busca de un empleo. Lo primero que notó fue que el ejecutivo no tenía su currículo sobre la mesa.
Él le mostró una gran sonrisa, pero de lobo y de inmediato vinieron dos preguntas casi simultáneas: ¿Cómo te llamas? ¿Qué está dispuesta a hacer?
Ella dejó caer su nombre, sin sonreír, sin mostrar en su rostro un ápice de coquetería.
Para responder la segunda pregunta, fue aún menos expresiva. “Estoy dispuesta a trabajar y puedo empezar en cualquier puesto”, dijo.
No era esa la respuesta que esperaba Tony. Creía que iba a recibir la que tantas veces le habían dado muchachas mucho más hermosa que la que tenía en frente. Sí, deseaba escuchar un: “Estoy dispuesta a hacer lo que sea”. Fue a partir de ahí que a muchos detalles él le puso atención.
Ella no cruzaba las piernas de manera un tanto descuidada. No llevaba un escote pronunciado, y mucho menos un vestido apretado y sexy, o una falda muy sugestiva, no sonreía a cada momento, se mantenía a una distancia prudente, no se había puesto de pie con cualquier excusa, y así mostrar su figura en diferentes ángulos.
El miró hacia la nevera y le preguntó si deseaba tomar algo. Ella le respondió secamente que no.
Tony, experto en estos menesteres, exitoso siempre en este proceso de reclutar chicas, muchas de las cuales al final no comunicaban nada o se quedaban en el camino, se percató de que la entrevista no iba por el rumbo que él deseaba. Levantó su teléfono y con voz seca dijo: “Te voy a enviar a la candidata. ¿Tienes su currículo?”
Ella entró a un de salón de conferencia. Allí la esperaba una mujer de unos 40 y tantos años. La miró de arriba hasta abajo y le invitó a sentarse mientras hojeaba su currículo y lo dejaba luego a un lado para iniciar una sarta de preguntas. ¿No te has hecho una liposucción? ¿No te has hecho las nalgas? ¿No usas pestañas postizas? ¿Por qué no llevas uñas acrílicas? ¿Te hiciste un trabajo especial para no mostrar tanto las encías y mejorar tu sonrisa? ¿Te has hecho las tetas? ¿Te has sacado cuatro costillas? ¿Te hiciste la nariz? ¿No te dio el médico el tabique como trofeo? ¿Te inyectas botox? ¿Sabes lo que es el colágeno? ¿No te gustaría tener una boca más carnosa? ¿Nunca te pones extensiones de pelo, cuántas tienes? ¿Te pondrías de rubia? ¿Estás dispuesta a viajar? ¿Has estado en un yate? ¿Quieres trabajar, o quieres echar hacia adelante en este canal? ¿Tienes novio? ¿Estarías dispuesta a dejarlo? ¿Qué piensas casarte? ¿No vienes recomendada por un empresario, por un militar, político, o por un “tío” tuyo o “padrino?”
Bien. Analizando todas tus respuestas quiero serte franca. Tengo veinticinco años en los medios y quince de ellos en este canal. Es difícil que te contratemos.
Dalia Dolores, muy calmada le preguntó por qué, y su interlocutora le respondió: “Porque eres una extraterrestre”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario