Montevideo, Uruguay. Todos los días Sara Vélez, una estudiante de Derecho de 26 años, camina de su casa a su universidad en Bogotá. En ese corto trayecto soporta piropos, comentarios obscenos y miradas que, lejos de halagarla, la ofenden, la denigran, la asustan.
“No puedo caminar en paz sin que alguien me esté mirando o gritándome un montón de cosas”, dice a la AFP. “Me produce asco”
Más al norte, en México, es la hora punta y el transporte público una pesadilla. Laura Reyes, una mesera de 26 años, corre entre la multitud del metro Pantitlán de la superpoblada Ciudad de México.
Se sube a uno de los vagones exclusivos para mujeres y niños. Pero, “la verdad, no me siento súper segura”, dice. “Se cuelan muchos pervertidos también. Aunque si me meto a los otros vagones salgo toda torteada (manoseada)”.
Mientras, en Brasil, la periodista Caroline Apple de R7 Noticias publica a fines de mayo un artículo en primera persona: “Hoy fui una víctima. Un usuario del metro eyaculó en mi pantalón”. Y acompaña la nota con una fotografía del pringoso desatino.
Estas escenas se repiten en toda Latinoamérica. “Te doy igual”, le dicen a una mujer poco agraciada. “Te hago dos más”, a una embarazada. “Tanta carne y yo sin dientes”, a una voluptuosa.
Nueve de cada diez mujeres ha sufrido algún tipo de acoso sexual en espacios públicos y 70% asegura haber tenido una experiencia traumática por ello, según un estudio de 2014 del Observatorio Contra el Acoso Callejero (OCAC) en Chile.
Un informe con resultados muy similares fue divulgado en 2014 en Argentina por la organización Acción Respeto: 94% de las mujeres han recibido comentarios de hombres respecto a su sexualidad y casi 90% de ellas dijeron que les disgustaban tales comentarios.
En otras palabras, para sorpresa de los piropeadores, las mujeres no se sienten tan halagadas como ellos suponen.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario