De un tiempo a esta parte parece haberse puesto de moda la degradación de la sociedad, y, por supuesto, la del lenguaje, no sólo entre los sectores de menor nivel educativo, sino entre profesionales de clase media, incluso alta.
Donde más vemos el uso de un lenguaje obsceno, irrespetuoso y vulgar, es en los medios de comunicación, principalmente en la radio, la televisión y las llamadas redes sociales, donde cualquier analfabeta logra abrir su propio canal o plataforma a través del cual lanza acusaciones injuriosas y difamatorias contra cualquier persona, pública y privada, sin ningún elemento probatorio que lo compruebe.
Las cosas que se escuchan en la mayoría de las plataformas digitales, en la mañana, tarde o noche, son ofensivas, obscenas, vulgares, sin ningún respeto al derecho de todos los ciudadanos a la privacidad y el buen nombre. Parece haber una competencia entre los “malapalabrosos” de los medios.
El “destape” de muchas mujeres de las redes sociales no tiene límites. No hay pudor en su expresión verbal y corporal. No se respetan a sí mismas, acusándose unas y otras de lesbianas, infieles, prostitutas, proxenetas, etc. ¡increíble! Se insultan, se agreden físicamente en espectáculos deprimentes, sin avergonzarse de sus expresiones ni de sus actos.
No hay dudas de que estamos tocando fondo, que la sociedad se ha degradado ética y moralmente de manera alarmante, que los valores que adornaron el comportamiento de nuestros antepasados han ido desapareciendo en medio de la podredumbre que nos ha ido arropando lentamente.
Tanto hemos descendido que se ha perdido el respeto hacia los adultos, los padres y los maestros. No hay ley, ordenanza municipal, protocolo en las escuelas y universidades que se respeten. Los códigos de vestimenta se perdieron en el Palacio Nacional y en el Teatro Nacional, entre otras instituciones icónicas.
El Estado, como aparato institucional que debe salvaguardar los intereses individuales de cada persona, parece haber desaparecido. El Estado lo dirige la clase social que gobierna el país. Esa clase social está interesada, estratégicamente, en mantener el control social idiotizando a la gente, convirtiéndolas en arlequines manipulables y controlables. Y Nada mejor que una “table” o un móvil, que da la sensación de independencia y libertad, cuando en realidad te ata, imprescindibles en la cotidianidad de todos los hombres y mujeres que pueblan el planeta.
Vivimos en la sociedad del espectáculo, donde la vida transcurre sigilosamente entre los dictámenes inadvertidos de las pantallas de los móviles que pautan nuestro comportamiento como individuos enajenados y transcurturizados. Sin embargo, nos creemos libres, incluso independientes, sin percatarnos de que estamos siendo manejados por los controladores de la conciencia global que nos imponen los medios.
(Sólo hay que escuchar a muchos de los “influencer”, analfabetas, (analfabestias) que piensan con faltas ortográficas, en las “plataformas” de sus redes sociales, dan vergüenza)
Lastimosamente ninguna autoridad se preocupa por lo que ocurre con el arte y la cultura. Al contrario, mientras más se degrada, mientras más se desploman los valores que le dieron origen al pueblo, mejor para la dominación, sobre todo en un país, que, como suele decir el doctor Héctor Guerrero Heredia, el nivel educativo del pueblo dominicano es de un sexto grado de la primaria. En un país donde la gente no lee, no se puede esperar otra cosa. ¿Verdad doctor Guerrero Heredia?
La sociedad en que vivimos hoy día es un espectáculo, la vida es un espectáculo, incluso la muerte se convierte en un espectáculo, aunque transitoriamente doloroso, pero necesario.
El mundo capitalista es un espectáculo donde unos viven y los demás sobreviven en un mundo cada vez más deshumanizado. Las guerras se presentan como un juego globalizado de Play Station, donde la sangre de los niños, los ancianos y las mujeres embarazadas forman parte del escenario fantasmagórico que no sobrecoge a nadie, que no sensibiliza a nadie. Es el espectáculo de la guerra, fríamente calculado, como en el cine norteamericano que la tragedia termina con un final feliz.
En 1967, ya hace muchos años, el filósofo escritor y cineasta francés Guy Debord publicó el libro “la sociedad del espectáculo” que entre otras cosas dice: El espectáculo, comprendido en su totalidad, es a la vez el resultado y el proyecto del modo de producción existente. No es un suplemento al mundo real, su decoración añadida. Es el corazón del irrealismo de la sociedad real. Bajo todas sus formas particulares, información o propaganda, publicidad o consumo directo de diversiones, el espectáculo constituye el modelo presente de la vida socialmente dominante. Es la afirmación omnipresente de la elección ya hecha en la producción y su consumo corolario. Forma y contenido del espectáculo son de modo idéntico la justificación total de las condiciones y de los fines del sistema existente. El espectáculo es también la presencia permanente de esta justificación, como ocupación de la parte principal del tiempo vivido fuera de la producción moderna.
En la sociedad del espectáculo global la vida transcurre misteriosamente en medio del bullicio y la estridencia, del mal gusto, de lo estrafalario, de lo vulgar, haciendo el ridículo, como payasos de un circo imaginario donde todos perdemos la conciencia ciudadana, los valores del amor y la solidaridad, y, por lo tanto, la voluntad de revolucionar y transformar el mundo en que vivimos cegados por las luces y las lentejuelas del espectáculo social que nos sumerge en el ostracismo político y cultural.
Fuente diario digital
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