Por Freddy Ortiz-Listín Diario
El programa perdía un cliente cuantas veces moría alguien con más de cincuenta años de edad. Envejecía y, a pesar de los intentos por mantenerlo vivo, el programa se quedaba en los éxitos del pasado y los recuerdos de sus archivos gloriosos, mientras simultáneamente era bombardeado por nuevas y agresivas propuestas de canales competidores que conquistaban a los segmentos más jóvenes del espectro televidente, con orquestas de moda y bailarinas de provocativos movimientos corporales.
No solo hacía falta un relanzamiento del SMD, sino un auténtico reconectar con el consumidor y reposicionar el programa para atraer a nuevos televidentes mediante una oferta de evolución que sintonizara con sus perfiles. Había que cortar ya con el pasado para rejuvenecer la imagen y darle un nuevo aire. El reto era conseguir, que el nuevo formato a adoptarse fuese concebido como una evolución. ¿Era necesario para ello una millonaria inversión en más escenografía, más orquestas, cantantes, humoristas, guionistas? ¿Más de lo mismo, en un permanente pulso con los competidores, o una novedad capaz de no requerir gran capital, sino la adecuada utilización de talento inédito?
La idea de integrar todos los escenarios en uno solo, pareció un atrevimiento en principio, porque rompía los esquemas convencionales. Me recordó a Radhamés Aracena, el primer locutor pos-trujillato que se atrevió colocar un teléfono bajo el micrófono para recibir llamadas, en su programa El Canal Cero: atrevimiento, novedad, experimento. La Telerealidad ha logrado su propósito.
El SMD se ha rejuvenecido y han brotado embriones donde parecía que el tronco se secaría. Y sin más orquestas, costosas escenografías, más cantantes ni cuadros de comedias. Negarle los méritos a Iván Ruiz, sería una mezquindad.
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