Cuando publicó su último disco de canciones inéditas, Spotify no existía. Tampoco Youtube, Instagram, Twitter. Y Luciano Pavarotti vivía.
Desde 2004, año de su último gran álbum, irrumpieron varias plataformas, el objeto álbum se volvió fetiche de coleccionistas y en el tablero comercial avanzaron con una fuerza inimaginable géneros como el reggaeton y el trap, odas al perreo y a la carne sin romanticismo posible. Andrea Bocelli entendió el nuevo paradigma, unió la voz a fenómenos pop como Ed Sheeran, sin embargo, nunca perdió su gran atributo: la elegancia.
"Pronto, ¿chi parla? Piacere", se escucha desde los Estados Unidos al Enrico Caruso del Itunes. En 14 años de no-noticias discográficas (hasta Sí, lanzado en octubre de 2018) nunca dejó de sonar, ni de ser nombrado por el periodismo: lo oímos cantar desgarradoramente por las víctimas del terremoto de L'Aquila, lo vimos forjar amistad con "El jardinero" Julio Cruz, regalarle un canto improvisado a Mauro Icardi, dedicarle un show en GEBA a Diego Maradona. Hasta innovar en un concierto con la irrupción de un robot suizo que condujo la Orquesta Filarmónica de Lucca.
En ese lapso, se casó por segunda vez, compró varios pura sangre que montó, terminó en el hospital por un accidente ecuestre, volvió a la tracción a sangre, lanzó a su hijo Matteo a la escena musical y aceptó una biografía cinematográfica estrenada en Europa, La música del silencio.
¿Por qué esperar casi tres lustros para sumar un título a su discografía? La respuesta de Bocelli es otra pregunta: "¿Por qué no? No era una prioridad hacer un álbum. Tampoco fue una elección esperar tanto. Yo no corro si quiero que la gente escuche algo bueno. Y sí, el mundo cambió rotundamente, cambian las formas, pero lo importante permanece. Una bella canción emociona siempre".
-¿Usted intentó aggiornarse, ir por un público más joven en el dueto con archi-escuchado Ed Sheeran?
-No, no eso habría sido un cálculo. Y en el arte los cálculos no funcionan. El arte funciona distinto. Funciona con lo que reconforta el alma.
-Al menos está educando el oído de toda una generación habituada a crecer con el reggaeton de fondo...
-Yo no busco educar a nadie. No tengo esa pretensión.
Bocelli es uno de los personajes más amables, correctos y difíciles a la hora de la entrevista. Lo más importante siempre es lo que no dice.
Tiene 60 años, alterna entre la lírica y el pop es tan previsor que sabe lo que hará en 2020: el 7 de marzo de ese año cantará en Eslovenia y el 21 en Bélgica. Para hablar de su ceguera usa el término handicap.
Si Andrea tuviera que definirse con un color de pañuelo, sería el celeste: hace una década, en medio de un show, contó la historia de una joven que ingresó al hospital embarazada y con apendicitis. "Los doctores le aconsejaron que abortara. Era 'la solución' a la futura discapacidad del niño. La señora decidió no abortar. Era mi madre. Yo era el bambino".
Pero no se podrá hablar con él sobre causa verde ni sobre el #salvemoslasdosvidas. Su cometido es presentar a Matteo, segundo de sus tres hijos, 21 años, tenor, toscano, modelo de Bulgari, estudiante del Conservatorio Lucca y compañero en el tema Ven a mí, impecable interpretación, a dos pianos.
"Si quiere ser un cantante debe ser un cantante serio", avisa Andrea, cual estricto tutor. “Matteo estudia música clásica, mientras está conociendo la industria y haciendo una experiencia importante. Su timbre es parecido, su voz es similar por experiencias comunes que hemos vivido y por lo que hemos escuchado. Pero tiene una voz más grande y fuerte que la mía, pero debe ser educada y disciplinada. Debe domesticarla”.
Todo un Lord italiano, Matteo se mete en la comunicación y se presenta: "Yo crecí con intérpretes como Frank Sinatra, Stevie Wonder y a la vez con la ópera. Me gusta esa mixtura. Y honestamente, no me hago problema por las posibles comparaciones con mi padre. Mi mayor preocupación ahora es perfeccionar el instrumento vocal y saber afrontar a un público".
Como Andrea detesta hablar de su vida privada y de cómo perdió la vista, permitió que todo eso se contara en la película que dirigió Michael Radford, La musica del silenzio (2017), con Toby Sebastian como el joven Bocelli y Antonio Banderas como el gran maestro. La crítica italiana y española no halagó la cinta. La hollywoodense, menos: "Con más atención a la cronología que a la creatividad, sus diálogos son aduladores y aburridos”, explica el crítico de The New York Times. Aunque la misión estaba cumplida: narrar el caminito, por orden, desde Lajatico al mundo. Es como la historia de un superhéroe”, dice Radford. “A pesar de su ceguera, monta a caballo, hace surf y se lanza en paracaídas".
Abogado, ganador de San Remo 1994, un glaucoma congénito hizo que perdiera parte de su visión en sus primeros años. A los 12, tras un pelotazo jugando al fútbol en un colegio en Reggio Emilia, quedó ciego. La música, refugio obsesivo desde entonces, fue el motor. “Hasta que no aprenda a usar su voz, no cante ni practique. Silencio total”, le aconsejó su formador. “El silencio es la disciplina más difícil. Cállese hasta que tenga para dar algo mejor que el silencio”.
Caballos blancos, caballos negros, potrillos, competidores, haras, hipódromos. El arte de cabalgar es una de las facetas más sorprendentes del italiano. Sus redes sociales están plagadas de animalitos propios con los que se anima incluso a cortar el viento a orillas del mar. Y es que las limitaciones las establece la propia mente. Andrea lo repite en cada entrevista: "La vida no es para los miedosos".
De los bares toscanos a Japón, Corea, China y Vietnam, de la obra de Puccini al dueto con Jennifer Lopez, de la lírica al pop, sus más de 60 colaboraciones con artistas diversos (la paleta de tonos y estilos va desde Barbra Streisand y Tonny Bennett hasta Eros Ramazzotti y Laura Pausini), fueron dando la pauta de que el prejuicio "está en los otros". Ni prejuicio tiene con el Instagram: un hombre que no ve, vive regalando a sus 600 mil fans postales propias para conformar a esa cultura visual donde a cada respiro le corresponde un disparo.
“Cuando escucho, me consagro a la música clásica. Incluso de muchos de los artistas de mis dúos he escuchado poco. Porque mis gustos están en otro lado. La música lírica es más profunda, requiere más tiempo para ser ejecutada y apreciada. Eso sí: una vez que se adopta, no se abandona jamás. La música ligera es una cosa más simple, que se entiende inmediatamente, gusta como si se tratara de una golosina. Cualquiera sea el género, lo cierto es que la música es introspección. Es como irse para adentro. Yo espero que cuando canto pueda transmitir un poco de esa serenidad que siento. Ofrecerles un alivio de la fatiga cotidiana”. Fuente Clarin
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