Es lo mejor que le ha podido ocurrir al arte popular criollo, en momentos en que hemos visto declinar algunas expresiones y manifestaciones artísticas como resultado de los dramáticos cambios y transformaciones que imponen los nuevos tiempos.
Así, vemos a gente que se había escindido de la televisión, ocupando hoy día el rol de actores de primera o de directores del cine criollo.
Comediantes que habían fracasado en programas de la televisión, debido a falta de sustentación y patrocinio, ocupando roles protagónicos, muy cotizados, y obteniendo galardones por el desempeño en sus roles.
Cantantes que en las bandas sonoras de las películas han encontrado un medio eficaz de promoción de su música.
Lo más importante de todo, y que le confiere singularidad al fenómeno del cine criollo, es el hecho de que ha devenido en un buen negocio, apreciado por distribuidores y dueños de salas de cine, merced al gran respaldo que le está dando el dominicano a su cine.
Con deficiencias y muchos temas que corregir y resolver, pero es notable estamos avanzando, independientemente de que se aspire a una expresión más depurada en su forma y contenido.
No han faltado, empero, quienes han abusado de las bondades de la Ley de Cine, lo que ha obligado a una mayor vigilancia en su aplicación.
Pero hay que entenderlo como la contraparte de todo.
No hay que olvidar que el éxito nunca llega solo.
Defendamos y preservemos pues, nuestra Ley de cine, y cuidemos el cuerno de la abundancia que ha generado en el arte popular dominicano.
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