La surfista Maud Le Car llevó al extremo su feminidad, y a bordo de su tabla, toda bella y dejando un fuerte legado de su poder como fémina, decidió que podía domar las olas con tacones y vestido.
Demostrando que a las mujeres nada las detiene, y que estén vestidas como sea, en este caso muy formal para las olas, no se dejó intimidar por nada, y su sensualidad se fundió con su prosapia para que el mar se rindiera a sus pies.
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